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La historia, Milanon Milanin por Gianno Guadalupi.
Corre el año de 532 ab Urbe condita (después de la fundación de Roma), el 222 a.C. según nuestro calendario, cuando una columna de legionarios romanos que se había adentrado entre los bosques y pantanos del otro lado del río Padus avista la empalizada, aguzada y duplicada por un seto de espino albar, que cerca una ciudad considerada la capital de los galos insubres. ¿Una ciudad? ¡Santo cielo! Cosa de celtas: chozas de troncos torcidos sobre un lodazal con gallinas y cerdos escarbando. Debía de caber prácticamente entera en la actual piazza del Duomo. Alrededor, algunos campos y el infinito contorno umbroso de las florestas, dilatados templos vegetales en los que divinidades aterrorizadas ante la posibilidad de ser recluidas entre cuatro paredes, eran honradas con sacrificios humanos celebrados por druidas blancos y Normas desgreñadas con coronas de verbena.
Esta Midland, este “pueblo en medio del agua”, la de los ríos Olona y Seveso, por aquel entonces mucho más abundante y navegable, se convierte en Mediolanium para sus conquistadores. Y tras la última tentativa de rebelión —cuando Aníbal desciende desde los Alpes y los guerreros insubres con yelmos cornudos se unen a él entusiastas para acabar con los romanos— la Galia Cisalpina se apacigua, se latiniza y viste la toga; de suerte que Julio César, que se dirigía a combatir contra la rebelde Transalpina, todavía vestida con calzones, recompensa a los mediolanienses con la ciudadanía romana, y es recibido con un banquete a base de espárragos con mantequilla: plato local que demuestra apreciar, al contrario que sus asqueados comensales quirites, para los cuales los confines de la civilización coinciden con el cultivo del olivo.
Una vez han quedado atrás los calzones y los druidas, enralecidas las florestas, saneados los pantanos, convertidas las chozas en casas de piedra y ladrillo, entre las que aparecen termas, circos, anfiteatros, bibliotecas, acueductos, basílicas y foros, la ciudad crece y prospera. En silencio, sin pompa ni ostentación: hasta el siglo III aparece citada sólo raras veces. Pero en 286, gracias a su situación geográfica de proximidad con las fronteras amenazadas por los bárbaros y a su condición de gran emporio de la zona del valle del Po capaz de abastecer a las legiones, Diocleciano la destina como residencia imperial a su colega Maximiano, encargado de defender el territorio de Occidente. Y mucho más...
FORMA URBIS, por Gabriele Reina.